Con ese solo
argumento de negocio
y un poder
extraordinario de
persuasión,
convenció a sus
amigos de invertir
con él su dinero con
la promesa de
devolverles su
inversión a los 90
días con un interés
directo del 45%
sobre el capital. A
las pocas semanas
tenía una fila
enorme de personas
deseosas de invertir
en el "negocio de
Ponzi" y que no
querían tener la
vergüenza de ser los
tontos del barrio
que no habían
invertido en un
negocio seguro.
Para responder a la
demanda tendría que
haber comprado 200
millones de cupones
postales, o sea
cantidades
inexistentes, y
Ponzi ni lo intentó;
se limitó a utilizar
parte de las
inversiones que le
llegaban cada día
para devolver
escrupulosamente la
cantidad pactada con
los primeros
inversores, y así
aumentar su
credibilidad.
Vivió unos meses de
desaforado lujo,
hasta que los flujos
entrantes dejaron de
cubrir los
compromisos
adquiridos, y acabó
en la cárcel.
No es exactamente
una pirámide (en las
pirámides lo que se
trata es de
convencer al nuevo
participante de que
trabajando él mismo
para conseguir otros
entrantes se asegura
una extraordinaria
multiplicación de su
apuesta), pero tiene
las mismas
características de
estafa apoyada en la
íntima esperanza de
conseguir dinero
fácil que se esconde
en el corazón de la
mayoría de los
mortales (y que
explica el rol
social de las
loterías).
Un
esquema
Ponzi
hoy
en
dia
es
conocido
como
un
consiste
en
un
sistema
de
inversión
que
promete
altos
créditos.
Para
poder
dar
esos
altos
créditos,
los
nuevos
inversores
son
los
que
pagan
los
intereses
de
los
antiguos
inversores.
El
sistema
sigue
funcionando
mientras
el
flujo
de
nuevos
inversores
continúa
aumentando;
en
el
momento
que
el
flujo
de
inversores
disminuye
no
se
pueden
pagar
los
intereses
a
los
iniciales,
ni,
por
supuesto,
devolver
el
dinero
invertido
ni
por
estos
ni
por
los
siguientes,
y el
esquema
se
viene
abajo.
En realidad, ¿dónde
están los límites
del “esquema” de
Ponzi? ¿A partir de
qué momento es
estafa?
Todo agente de
inversiones intenta
que sus clientes
confíen en la
calidad de los
productos que
ofrece, y aunque lo
hagan con buena fe,
no siempre
transmiten al
ahorrador una
evaluación realista
del riesgo.
Por
ejemplo en la Bolsa
sigueN
proporcionándonos
todos los días
ejemplos de valores
que suben muy por
encima de su valor
técnico impulsados
por compradores que
se retiran
progresivamente
hasta que llegan los
menos informados que
acaban comprando en
el punto más alto,
justo antes de la
caída.
El “esquema” de
Ponzi es algo más
que una estafa, es
un comportamiento
social de
especulación extrema
del que no está
exento el sector
público (Seguridad
social española).
Paul Samuelson, el
autor del manual de
economía con el que
se han formado la
mayoría de los
economistas
contemporáneos, que
recibió el premio
Nóbel en 1970, ya
detectó esta
generalización
social del esquema
de Ponzi al
utilizarlo en un
artículo como
explicación del
sistema de reparto
de la Seguridad
Social, un sistema
que también ofrece a
los pensionistas
garantías de rentas
que no corresponden
a la posible
rentabilidad de las
contribuciones
pasadas, y que
financia sus pagos
con las aportaciones
de los nuevos
entrantes.
Cuando José Barea
hablaba de la futura
quiebra de la
Seguridad Social
española, sin duda,
tenía en mente esta
versión legal y
aparentemente
benigna del
“esquema” de Ponzi.
Bien es verdad que
con en España, con
la llegada de los
inmigrantes la base
se ha ampliado, pero
esto es lo mismo que
cuando Ponzi
descubría más
inversionistas en
otra ciudad de Nueva
Inglaterra, y que la
amenaza de quiebra
se alejaba
momentáneamente.
La magia
prestidigitadora del
dinero fácil no
debería existir
fuera del mundo bien
reglamentado del
juego; este es uno
de los mensajes más
tristes de la
ciencia lúgubre de
Carlyle. Aunque no
hay que perder nunca
de vista que el
dinero difícil
también se puede
conseguir con una
sonrisa en los
labios (y si no ¡que
le pregunten a
Ronaldinho!).