El nacimiento de los bancos es casi
tan antiguo como la aparición de las organizaciones humanas, ya que
las personas siempre han necesitado de alguien que financie las
ideas y proyectos que ellas tienen.
Se puede decir que los bancos
nacieron con la necesidad de realizar simples operaciones de cambio
y crédito a niveles personales, pero pronto se comenzaron a
desarrollar funciones más amplias, a abarcar más personas y pasaron
a contar con organizaciones más complejas.
Así es como, a partir del
siglo IV A.C. en varias
ciudades griegas se constituyen bancos públicos, administrados por
funcionarios especialmente destinados a esta labor. Estas
instituciones, además de su rol propiamente bancario (ligado a
operaciones de cambio y crédito), recaudaban impuestos y acuñaban
moneda. Por su parte, en el mundo romano, en sus primeros tiempos de
pueblo de agricultores, se recurre al "mutuum";
esto es, al crédito mutual. Más tarde, adoptan el modelo griego de
bancos privados y públicos.
En la época de
Justiniano, emperador de
Bizancio, en el siglo VI, se reglamentan con precisión los usos y
costumbres del mundo romano en materia bancaria y se fija la tasa de
interés en un 6% al año, con algunas excepciones, considerando el
riesgo de las operaciones. Los préstamos marítimos, por ejemplo,
pueden alcanzar al 12% al año y los acordados a las iglesias no
pueden superar el 3%.
La sociedad occidental de la
edad media conoce
profundos cambios hacia el término del siglo XI, cuando por la
conquista de Inglaterra por los normandos, se pone fin a las grandes
invasiones y los cristianos terminan de imponer su presencia en el
mediterráneo. Su interés por las innovaciones y los intercambios los
lleva a redescubrir la banca, después que Carlomagno prohibió a los
laicos prestar cobrando interés. En estos momentos surge la lucha
que daría la iglesia contra la usura.
Entre el siglo XII y XIV los bancos
conocieron un renacimiento importante, ya que los hombres de
negocios de Italia del norte desarrollaron notablemente las
operaciones de cambio. No solamente fueron expertos manipuladores de
piezas metálicas, sino también, mediante una letra de cambio, podían
acreditar a una persona, en una fecha determinada, en moneda
nacional o extranjera, ante un determinado corresponsal. Así, muchos
comerciantes recurrían a los bancos para tratar sus negocios con
terceros. Éstos, por una comisión, los representaban o se
comprometían por ellos, con lo que eran comerciantes y banqueros al
mismo tiempo.
Más allá de los Alpes, los banqueros
italianos se instalaron en Cahors,
en la época gran ciudad comercial de la Aquitania (que hoy
corresponde a la zona central de Suiza). A partir de allí, se
extendieron hacia todas las grandes ciudades de Europa occidental,
principalmente a Londres y París. Con esta expansión, además del
financiamiento de negocios, estos banqueros prestaban a los
particulares, hacían préstamos con garantía prendaria y, en
ocasiones, prestaban a los poderes públicos.
En el siglo XIX, los bancos conocen
una época de crecimiento y estabilidad, marcada por el desarrollo de
los institutos de emisión, la multiplicación de las casas de "alta
banca", que actúan como consejeros, corredores o mandatarios en
grandes operaciones financieras; la creación de los grandes bancos
comerciales, cuyo capital estaba altamente distribuido en el
público, y el nacimiento de las instituciones para-bancarias,
destinadas a responder a las necesidades específicas de la
clientela.
La guerra de 1914 precipita la
evolución de los bancos desde una época de reglas y normas, a una de
sistemas. Hablamos ahora de los sistemas bancarios, integrados por
diferentes componentes, no ya sólo bancos del estado o privados,
sino también aquellos que pertenecen a colectividades locales o
regionales, a sindicatos o cooperativas, bancos universales y
especializados.